Cuento Infantil: El Príncipe Rana
Cuento corto de “El Príncipe Rana” para leer con niños
Érase una vez un joven y apuesto príncipe que tuvo la desgracia de ofender a un hada malvada.
Para vengarse, ella lo convirtió en una fea rana y lo metió en un pozo. Sucedió que el pozo estaba en el patio del palacio de un rey y, en los días de buen tiempo, cuando el sol brillaba cálidamente, la hija menor del rey
acudía a veces allí para divertirse lanzando una bola dorada al aire y cogiéndola al caer.
La pobre rana la miraba correr de un lado a otro bajo el sol. Le parecía la princesa más bonita que había visto nunca.
Un día, la princesa lanzó la pelota tan alto que, cuando alargó la mano para cogerla, la pelota rebotó en las piedras y cayó al agua con un chapoteo. Corrió hasta el borde del pozo y miró hacia abajo. Pero la pelota dorada se había hundido muy, muy lejos de su vista.
Sólo un pequeño anillo de burbujas le indicaba dónde había desaparecido. Empezó a llorar amargamente. La rana sacó la cabeza del agua.
No llores, princesa», le dijo.
¿Qué me darás si saco tu pelota del fondo del pozo?
Te daré todo lo que tengo», respondió la princesa. Mis bonitas perlas, mis diamantes, incluso mi corona. Pero, por favor, devuélveme mi bola».
No quiero tus perlas, ni tus diamantes, ni tu corona», dijo la rana. Pero si prometes amarme, dejarme comer de tu plato, beber de tu copa y dormir en tu cama, te devolveré tu pelota sana y salva».
Y la princesa lo prometió. Y se dijo: «¡Qué rana más tonta! Como si fuera capaz de salir del pozo y caminar hasta el palacio. Nunca me encontrará».
La rana se zambulló en el fondo del pozo y al poco salió con la bola de oro en la boca. Apenas se la arrebató, la princesa se olvidó de su promesa y regresó a palacio riendo de alegría.
Al día siguiente, mientras cenaba con el rey y sus cortesanos, algo subió por la gran escalera: ¡un aleteo, un aleteo! Y una voz dijo:
Del profundo y musgoso pozo, princesita, donde yo habito, cuando llorabas de pena y dolor, traje de nuevo tu balón de oro’.
La princesa dejó caer la cuchara con estrépito sobre el plato, pues sabía que era la rana la que había venido a reclamar su promesa.
¿Qué ocurre, hija? preguntó el rey.
Alguien llama a la puerta y tus mejillas sonrosadas están muy pálidas’.
Entonces la princesa tuvo que contarle a su padre todo lo que había sucedido el día anterior, cómo se le había caído la bola de oro al pozo y cómo la había sacado la rana, y las promesas que le había hecho. El rey frunció el ceño y dijo
La gente que hace promesas debe cumplirlas. Abre la puerta y deja entrar a la rana».
La princesa abrió la puerta de muy mala gana y la pobre rana entró en la habitación dando saltitos, mirándola a la cara con sus feos ojillos.
Levántame a tu lado -gritó- para que coma de tu plato y beba de tu copa».
La princesa hizo lo que él le pedía y se vio obligada a terminar su cena con la rana a su lado, pues el rey se sentó para ver si cumplía su promesa.
Cuando terminaron, la rana dijo,
Ya he comido bastante. Estoy cansada. Levántame y ponme sobre tu almohada para que me duerma».
La princesa se echó a llorar. Era espantoso pensar que una rana fea, toda fría y húmeda por el pozo, durmiera en su bonita cama blanca. Pero su padre volvió a fruncir el ceño y dijo
La gente que hace promesas debe cumplirlas. Te ha devuelto tu bola de oro y debes hacer lo que te pide».
Así que la princesa cogió la rana entre el pulgar y el dedo, sin tocarla más de lo que podía, la subió y la puso sobre la almohada de su cama. Allí durmió toda la noche. En cuanto amaneció, se levantó de un salto, bajó las escaleras y salió del palacio.
Ahora», pensó la princesa, «se ha ido y ya no tendré más problemas con él».
Pero se equivocaba, pues al llegar la noche oyó unos golpecitos en la puerta de su dormitorio. Cuando la abrió, la rana entró y durmió sobre su almohada como antes, hasta que amaneció.
La tercera noche hizo lo mismo. Pero cuando la princesa se despertó a la mañana siguiente, se sorprendió al ver, en lugar de la rana, a un apuesto príncipe de pie a la cabecera de su cama.
La miraba con los ojos más hermosos que jamás se habían visto. Le contó que había sido encantado por un hada malvada, que le había transformado en una rana, en la que estaba destinado a permanecer hasta que una princesa le permitiera dormir en su cama durante tres noches.
Tú», dijo el príncipe, «has roto este cruel hechizo y ahora no tengo nada más que desear que vengas conmigo al reino de mi padre, donde me casaré contigo y te amaré mientras vivas».
La princesa lo llevó ante su padre y éste dio su consentimiento para que se casaran. Mientras hablaban, se acercó un espléndido carruaje con ocho hermosos caballos engalanados con penachos de plumas y arreos de oro.
Detrás iba el criado del príncipe, que se había lamentado tanto y tan amargamente por la desgracia de su querido amo que su corazón casi había estallado. Todos partieron llenos de alegría hacia el reino del príncipe. Allí llegaron sanos y salvos y vivieron felices para siempre.
FIN