Cuento Infantil: El Gato con Botas
Cuento corto de “El Gato con Botas” para leer con niños
Érase una vez un molinero que, al morir, no tenía nada que dejar a sus tres hijos más que un molino, un burro y un gato.
Dejó el molino al hijo mayor, el burro al segundo y el gato al menor.
El hijo menor se puso muy triste.
-Este gato no me sirve para nada y soy demasiado pobre para alimentarlo.
-No te aflijas, querido amo -dijo la gata-. No tiene más que darme un zurrón y hacerme un par de botas, para que pueda corretear por la tierra y las zarzas, y verá que no está tan mal como cree.
Esto sorprendió mucho al hijo del molinero, que pensó: «Una gata que habla, quizá sea tan maravillosa como para hacer lo que promete». Así que le trajo la bolsa y mandó que le hicieran las botas.
La gata se puso las botas con aire orgulloso, se colgó la bolsa al hombro y se fue al jardín. Recogió algunas lechugas y las metió en la bolsa; luego cruzó el campo hasta llegar a una madriguera de conejos.
Entonces se tumbó como muerta, dejando abierta la parte superior de la bolsa. Un conejo regordete se asomó por la madriguera y, al oler las lechugas, se acercó. Era demasiado tentadora. La cabeza del conejo siguió a su nariz hasta la bolsa.
La gata tiró rápidamente de las cuerdas y el conejo murió. Orgullosa de su presa, la Gata marchó con ella a palacio y pidió ver al rey. La llevaron ante el trono y allí, con una baja reverencia, Gata dijo,
-‘Señor, le ruego acepte este conejo como regalo de mi señor el marqués de Carabas, que me ordenó presentarlo a Su Majestad con la seguridad de su respeto’.
-Dígale a su señor -dijo el rey- que acepto su regalo y le estoy muy agradecido.’
Pocos días después, el Gato volvió al campo. De nuevo se tumbó como muerta con el saco abierto a su lado. Esta vez capturó dos buenas perdices. De nuevo la gata fue a ver al rey y le presentó las perdices como había hecho con el conejo.
El rey quedó tan satisfecho que ordenó que llevaran a la gata a la cocina y le dieran de comer.
De este modo, al menos una vez a la semana, el gato seguía llevando regalos de caza al rey de parte del marqués de Carabas.
Un día, el Gato se enteró de que el rey y su hermosa hija iban a pasear en coche por la orilla del río. Se decía que la hija era la princesa más bella del mundo.
-Mi amo -dijo el gato al hijo del molinero-, si haces lo que te digo, tu fortuna está hecha.
-¿Qué quieres que haga? preguntó el hijo del molinero.
-Sólo esto, querido amo. Báñate en el río, en un lugar que te mostraré, y cree que no eres tú mismo, sino el marqués de Carabas».
El hijo del molinero estaba de un humor sombrío, y no le importaba mucho lo que hiciera, así que contestó,
-‘Muy bien, Gato.’
Se fue al río y, mientras se bañaba, pasaron por allí el rey y toda su corte, que se sobresaltaron al oír el grito,
-‘¡Socorro, socorro! Mi señor el marqués de Carabas se está ahogando».
Cuando el rey sacó la cabeza del carruaje, vio al gato que tantos regalos le había traído. Ordenó a sus ayudantes que fueran a socorrer al marqués de Carabas.
Mientras sacaban al marqués del agua, el gato corrió hacia el rey, hizo una reverencia y dijo,
– «Majestad, ¿qué hará mi pobre amo, pues un ladrón le ha robado la ropa?».
La verdad era que el astuto gato había escondido la ropa debajo de una gran piedra.
-Es una lástima -dijo el rey, y ordenó a un criado que fuera a buscar un traje al castillo.
Cuando el hijo del molinero se vistió con las finas ropas, parecía un caballero y estaba muy guapo. La princesa quedó prendada de su aspecto, y apenas el marqués de Carabas le dirigió dos o tres miradas respetuosas, se enamoró de él.
El rey insistió en que subiera al carruaje y diera un paseo con ellos. El gato corrió delante del carruaje y, al llegar a un prado donde los segadores cortaban la hierba, les dijo,
-‘Si no le decís al rey, cuando os pregunte, que estos prados pertenecen al marqués de Carabas, os cortarán tan finos como carne picada’.
Cuando el rey pasó y preguntó a los segadores a quién pertenecían los prados, ellos respondieron temblando,
-‘Pertenecen al marqués de Carabas, Majestad’.
El rey se dirigió entonces al hijo del molinero y le dijo: ‘
-Realmente poseéis bonitos prados, mi señor.’
Entretanto, el Gato había corrido más lejos y llegó a un maizal en el que había segadores trabajando afanosamente.
-Ahora, si el rey pasa por aquí -dijo el gato a los segadores- y pregunta a quién pertenecen estos campos, debéis decir que son propiedad del marqués de Carabas. Si no lo hacéis, seréis picados como carne picada».
Así que cuando el rey pasó y preguntó de quién eran esos campos, los asustados segadores respondieron,
-«Pertenecen al Marqués de Carabas, Su Majestad. Qué rico debe de ser y qué guapo es», se dijo el rey mirando al hijo del molinero, «creo que sería un buen marido para mi hija».
Los campos pertenecían en realidad a un ogro que vivía en un castillo un poco más allá.
Cuando la gata llegó al castillo llamó a la puerta, que le abrió el mismísimo ogro.
Señor -dijo la Gata-, estoy de viaje, y como he oído a menudo lo maravilloso que es usted, me he tomado la libertad de venir a verle.
Entra -dijo el ogro, que siempre se alegraba de que lo considerasen maravilloso.
– «He oído -continuó el Gato- que puedes transformarte en el animal que quieras».
– «Puedo», dijo el ogro, y al instante se transformó en león.
La gata se asustó tanto que corrió por la pared casi hasta el techo. Pero al instante el ogro volvió a ser ogro, y la gata bajó de un salto.
-Señor, me ha asustado de verdad. Pero debe usted admitir que no es tan maravilloso que un caballero tan grande se transforme en un animal grande como lo sería que pudiera transformarse en uno pequeño.
Supongo que usted no podría, por ejemplo, transformarse en un ratón».
-¿No podría? -exclamó el ogro. Ya lo verás.
Y en un momento el Gato vio un ratoncito marrón correteando por el suelo. De un salto se abalanzó sobre él y lo engulló. Y ése fue el fin del ogro.
Para entonces, el rey ya había llegado al castillo. El Gato, al oír las ruedas del carruaje, corrió a la puerta y gritó,
-«¡Bienvenido, Majestad, ¡al castillo del Marqués de Carabas!
-¡Qué, mi señor! -exclamó el rey, volviéndose hacia el hijo del molinero-, -¿También os pertenece este castillo? No tengo nada tan hermoso en todo mi reino».
El hijo del molinero no habló, pero dio la mano a la princesa para ayudarla a bajar del carruaje. Entraron en el castillo y, en el comedor, encontraron los preparativos para un gran festín, que el ogro había planeado servir a algunos invitados que esperaba.
Pero los amigos del ogro no llegaron, pues les llegó la noticia de que el rey estaba en el castillo. El rey estaba cada vez más encantado con el hijo del molinero. Después de un banquete, dijo,
-‘No hay nadie en el mundo a quien quisiera tanto como yerno. Ahora te creo príncipe».
Entonces el príncipe dijo que no había nadie en el mundo a quien quisiera tanto por esposa como a la princesa. Y la princesa dijo que no había nadie en el mundo que quisiera tanto como marido como el príncipe. Así que los dos se casaron y vivieron felices para siempre en el castillo del ogro. Era la gran favorita del rey, del príncipe y de la princesa.
Nunca más tuvo que cazar ratones para comer, sino que le sirvieron todo tipo de manjares hasta el final de sus días.
FIN